Vistas de página en total

domingo, 17 de febrero de 2013

Cuando el hambre llama a tu puerta

El Ser Humano, ese animalejo tan conocido y a la vez tan desconocido para la propia psique humana. Tuve unas conversaciones hace unos días que para mis adentros resultaron tremendamente terroríficas y que recrearé en próximos Post. Basicamente gracias a la televisión y otros medios audiovisuales nos hemos acostumbrado a ver el hambre y sus consecuencias en zonas geográficas que nada tienen que ver con nosotros, mientras el hambre se quede contenida fuera de Europa no importa.

Establecemos fronteras mentales que delimitan y limitan, al menos para nosotros la lacra del hambre y la guerra. Es como si la memoria colectiva de Europa se hubiera olvidado del hambre, de la miseria y de la destrucción que asolaron el viejo continente no hace demasiado.

En el caso concreto español hemos olvidado por completo la existencia de la dictadura, hemos olvidado las cartillas de racionamiento y a pesar de los enormes silos que se continuan erigiendo orgullosos en los perfiles de los pueblos a modo de recordatorio, nos empeñamos en pasar delante de ellos como si no significasen absolutamente nada, apenas un amasijo de ladrillos pintados de amarillo que siempre han estado ahí y que no tienen ningún uso.

Poseemos un Alzehimer selectivo que nos ayuda a ser felices pues aleja de nosotros todos los malos recuerdos, a pesar de ello tambien posee un lado negativo, este no es otro que la selección que hacemos nos impide ver la realidad, la auténtica realidad hasta que nos muerde en el culo y entonces enunciamos esa gran frase que lamentablemente se ha convertido en nuestro día a día ¿Como hemos podido llegar a esto?

¿A que viene esta magna introducción en la cual tiro por tierra las bondades del ser humano? Pues se debe a la escena trágica que se dibujó ayer mismo antes mis ojos, donde todos los límites de los que hablábamos antes, que no son solo geográficos sino tambien étnicos se desdibujaron permitiendome ver la auténtica realidad, una realidad que llamaba a mi puerta.

Serían sobre las cinco de la tarde cuando sonó el portero. Fui a abrir y me encontré con una mujer, no mal vestida, no mal educada y española. Hago hincapie en lo de española por los límites anteriormente referidos. La mujer en cuestión de mediana edad me saludó educádamente y me comentó que iba por las casas pidiendo comida, tenía dos hijos y un marido en paro. No quería dinero, ni ropa, ni ningún tipo de lujos, solo quería lo mas sencillo y lo mas esencial, lo más básico para la vida humana, comida. Me quedé mirándola a los ojos sin saber muy bien que decirle, noté como los se me empañaban un poco los ojos. Le insté a que se esperase y busqué algo de comida para poder darle a la mujer. Le dí lo más básico entre lo básico, me dio las gracias y entonces me salio preguntarle ¿que edad tienen tus hijos?, eran tan solo unos niños, le volví a decir que se esperase un segundo, volví a salir y le dí unos rosquitos que había hecho casualmente esa mañana, cuando la mujer los vio lloró y me dio mil veces las gracias.

Fue en ese momento en el que pasé de ver a tocar y de saber a comprender que el hambre no entiende de fronteras, de sexos, raza ni religión, pasé a entender que la única forma de salir de este agujero que día a día cabamos es ofrecer nuestros hombros para que otro se suba a ellos y pueda respirar fuera del agujero. Nunca había aprendido tanto de la vida como en ese día en la que el hambre llamó a mi puerta e intercambiamos comida por sonrisas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario