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lunes, 24 de septiembre de 2012

Nos condenaron a pagar, pagar y pagar.

Paseando por las calles de Sevilla, sobre todo por su casco histórico (el más grande de Europa) podemos contemplar un tremendo número de monumentos. Entre ellos destaca y brilla con luz propia la catedral y por supuesto la Giralda. No entraré a delimitar ni señalar cual fue el origen y la evolución de ambos, puesto que no es eso lo que me interesa resaltar.

Lo importante es el esfuerzo y el dinero invertido en estos monumentos. A corto plazo resultaron ser unicamente una señal del crecimiento exponencial que vivía la ciudad, tanto poblacional como económico. A la larga han terminado por convertirse en uno de los motores económicos de la capital hispalense. La entrada a la Catedral en la que afortunadamente se incluye el acceso a la giralda cuesta entre 8-9 €. Una auténtica sangría para cualquier turista, sobre todo si es nacional.

Estos esfuerzos económicos, los de la construcción, han sido recompensados en el largo plazo, pero en gran medida se empezaron o iniciaron en momentos de auge económico. Sin embargo las denominadas setas de la encarnación se realizó en momentos en los que los materiales de construcción estaban disparados de precio y por supuesto se terminó en el momento de declive económico más importante que se recuerda.

Sin embargo voy a tratar de dejar de lado los grandes monumentos e incluso las grandes ciudades de nuestra geografía. Siempre he sido partidario de comparar fijándonos en los extremos, es ahí donde mejor se puede apreciar el efecto. Es aquí, donde en última instancia podemos extrapolar lo que sucede en un pequeño caldo de cultivo (pueblo) a las grandes ciudades que los momentos de crisis los sufren de manera más tardía, tienen mas medios para sostenerse, sin embargo andando el tiempo tambien sufriran los reveses.

En este caso volveré a colocar de ejemplo a mi pequeño pueblo natal, un lugar con mas o menos 20.000 habitantes que últimamente parece que solo viven de tocar el tambor y tirar cohetes por cualquier cosa por nimia que sea.

La crisis azotó este pequeño pueblo de la campiña cordobesa, lo hizo con especial virulencia, debido a dos motivos. El primero de ellos es que los pequeños comerciantes se vieron obligados a cerrar sus negocios siendo reclutados por la mayor empresa que este país recuerda, el paro. Por otro lado, la tecnología se desarrollaba dejando fuera del trabajo agrícola a un importante número de personas, ya no es preciso que acudan enormes cuadrillas de trabajadores para coger aceitunas, ahora basta con 5 personas y unas cuantas máquinas. Si estuviesemos en unos momentos diferentes alabariamos estos progresos, pues la liberación de mano de obra supone que pueden abrirse otro tipo de industrias que a la larga nos darían aire. Sin embargo la falta de inversión provoca que estas personas no encuentren una salida a sus problemas y queden inscritos caso eternamente en el INEM.

Y es aquí donde llega el problema de la falta de inversión. En la mayoría de ocasiones cuando lo privado no es capaz de invertir ha sido el Estado, es decir, lo público, lo que ha realizado inversiones a lo largo y ancho de este país. Sin embargo estas inversiones pueden hacerse correcta o incorrectamente. A mi juicio y el tiempo parece que me ha dado la razón, las inversiones han sido totalmente erroneas.

Estos días se habla de mi pueblo de que van a abrir un hospital de día, de que van a hacer un hotal y de que van a arreglar no se cuantas calles, además de las grandes inversiones realizadas en un palacio de congresos que ha resultado ser un edificio vacio, una biblioteca supernueva, un instituto sin patio (con lo cual los escolares se toman el bocadillo en la acera sentados) y tantas otras cosas.

Nos modernizan contra el sentido común, lo nuevo siempre es mejor, mas reluciente, mas excitante y a la larga más costoso. Teníamos instituto público, que fue demolido para hacer en otro emplazamiento el nuevo, mientras que el terreno del antiguo pensaba venderse para hacer pisos (a día de hoy ahí sigue), una biblioteca nueva cuando ya teníamos una, un pabellon cubierto, piscina cubierta...

Es decir, no había ausencia de nada, pero se pensó que resultaba más moderno hacer edificios nuevos que darían empleo, pero lo harían a corto plazo, una vez terminado el edifico, este por si solo sería incapaz de generar empleo, eso es lógico.

En cuanto arrivó la crisis comenzó a cuestionarse el hecho de haber realizado estas magnas obras a pesar de ello siguen pasando los años y esas obras siguen generándose, apareciendo como si de esporas se tratara. Pero lo que antes estaba mal, sigue igual, pero ahora resulta ser excelente. Un hospital de día y un hotel vuelven a ser inversiones públicas mas que cuestionables, pero que a ojos de los olvidadizos ciudadanos es positivo. Ya veremos que ocurre dentro de unos años. Tal vez la perspectiva haya vuelto a cambiar.

Los políticos solo nos explican las bondades de una obra pública, se gastan nuestro dinero para ganar unas elecciones y cuando termina el plazo nos toca a nosotros pagar todos sus derroches y desmanes. Nos condenan a pagar.

En estos días vuelvo a estar bastante ocupado. Mi intención era hacer una serie de fotos de los lugares que he mencionado para que me digan si es preciso es un pueblo con 20.000 habitantes. Las subiré a este mismo post dentro de unos días, quizás la semana que viene. Tambien rectificaré algunas cosas.

Saludos.


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