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jueves, 5 de diciembre de 2013

Camaleón

1.- La mirada triste


Coloreaba el sol una sonrisa burlona en aquél frío amanecer. Las calles se agitaban únicamente con los rápidos y mecánicos movimientos de aquellas personas a las que no les quedaba otro remedio que estar allí. Todo el que podía quedaba guarecido y protegido bajo gruesas mantas.

No obstante, en esos lugares en los que suele cobijarse el calor, en esos lugares donde la memoria cristaliza los recuerdos había un hombre. Se encontraba sentado junto a la chimenea de una pequeña taberna de pueblo. Su espalda encorvada por los años y por el frío de la mañana, era la encargada de sujetar una vieja manta de color marrón. En las manos llevaba unos guantes que dejaban ver sus dedos, al menos cubrían la palma, pero no parecía importarle.

Miraba fijamente las llamas, lo hacía con tanta atención que parecían contonearse a su antojo, dibujando imágenes de su pasado. La retina le quemaba de tanto mirar, cada vez mas encorvado, cada vez mas cerca. Extendió la mano y solo el tacto de la llama en la dura yema de sus dedos pudo sacarle de su trance. Ni siquiera se había percatado de que una chica se había sentado junto a él.


- ¡Hola, ojos tristes!.

- ¿Tristes?

- Si. Tristes.- Dijo ella esbozando una pequeña sonrisa.

- No son tristes, solo es que están cansados.- Dijo tóscamente.

- Ummmm. No se.. Pero los ojos no se cansan, se cansan las personas

-Los ojos se cansan de ver.- Repitió con el mismo tono, aunque algo mas molesto.

- Ummm. Quizás. Peeeero, si te cansas es porque lo que has visto no te gusta o lo has visto muchas veces.

 El uraño anciano se giró hacia ella. La miró, tenía unosojos marrones, sencillos, pero grandes, unas pequeñas orejas, la cara era aún de niña, redonda, clara y suave. Tenía unos labios gruesos y sugerentes, el parecía suave, pero muy corto y tórpemente cortado, hecho mas con intuición que con arte. Era menuda y risueña. Él la miró, posó su vista en aquellos ojos de los que por alguna razón no podía apartar la vista. Fue de esas veces en las que el corazón coge aire y no puede soltarlo, de esos momentos que no distinguen pasado o presente. Ella no apartaba la vista de su barba canosa y descuidada, él no pudo sostenerla y lanzó de nuevo la suya a las llamas. La esquina de su mirada seguia pendiente de la chica, cuando volvió a posar su vista sobre ella, ya no estaba.  Sus ojos, siempre cristalinos se humedecieron algo más dejando escapar una lágrima que poco tardó en desaparecer al calor de las llamas.

Con dificultad dió el último sorbo al vaso que sostenía entre sus manos temblorosas, lanzó una fugaz mirada al lugar donde la chica había estado sentada y con una gran pesadez se levantó. Lanzó un vistazo alrededor, solo estaba el posadero limpiando algunos vasos en la barra, agarró su bastón y encorvado se dirigió hacia la barra, soltó el vaso y pidió una habitación donde pasar la noche. El precio no era desorbitado no podía serlo, era un antro de mala muerte, donde probablemente las cucarachas y las ratas eran sus huéspedes mas comunes. Con decisión agarró la llave de la habitación y comenzó su lento caminar hacia el periplo que le aguardaba en las escaleras de madera. Estas rechinaban a cada paso del anciano, la torpeza de sus piernas se compensaba con la pericia de los años, había aprendido que en estos casos su mejor aliado era la tranquilidad y una pared en la que apoyarse. Apenas eran 20 escalones, pero se le hicieron eternos. Una vez en la planta de arriba el destino pareció querer jugarle otra mala pasada, un pasillo largo y oscuro con habitaciones en ambos lados, pero su habitación era la que se encontraba justo al final del pasillo.  Con una mano apoyada en la pared y la otra sosteniendo firme el bastón logró llegar, no sin ciertas dificultades hasta la puerta de su habitación. Insertó la llave y mientras la giraba agarró el pomo, estaba lleno de polvo, pero sus manos no se impregnaron de suciedad, pues esta se encontraba perfectamente adherida a dicho artilugio por una fina capa algo pegajosa. Empujó la puerta y entró.

Pocas ganas tenía de comprobar que le habían dado a cambio de unas cuantas monedas, tampoco es que importara mucho, necesitaba descansar su viejo y afligido cuerpo, necesitaba tumbarse y dejar que de nuevo, su mente le transportara a aquellos lugares a los que su cuerpo jamás podría llevarle.





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