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jueves, 17 de julio de 2014

Yo, yo mismo y mi asno.

Nadie nos enseñó que la libertad no es un derecho, es una conquista, una frontera que el poderoso pretende mover día a día para su propio beneficio, gana privilegios y resta derechos. Pues los privilegios nos colocan en una situación de asimetría, mientras que los derechos nos igualan a todos. Por ello es preciso velar armas, proteger la liberad, adiestrar en las artes democráticas a las futuras generaciones. El ejemplo no es la mejor forma de enseñar esta acción, es la única forma.

Durante años nos han estropeado la cabeza, nos adormecieron el orgullo y cebaron al miedo. Con apenas un dedo nos taparon y sol y nos prometieron que si nos convertíamos en sumisos podría llegar, quizás, el día en el que fuera recuperado.

Nos enseñan el odio al diferente, nos lanzan al penúltimo contra el último, en una batalla de clases que no se libra en la dirección correcta. El que piensa diferente a nosotros es objeto de ser sometido a una intolerancia que nos acompaña de serie, cuando hablan, nuestras cabezas dicen no automáticamente, tratándo de que nuestros oidos no reciban la información completa, tratando de usar nuestras orejas como raquetas que devuelvan la bola sin expresar argumentos. No creo que haya nada mas caduco. La confrontación de ideas, el debate, el dejar nuestra verdad absoluta no buscando ganar el debate sino enriquecerlo parece una batalla de otro tiempo.

Apenas ha quedado una sola esquirla de las necesidades humanas que no haya sido ya mercantilizada. Entorno a ellas, grandes industrias se enriquecen satisfaciendo esas necesidades para su propio provecho. Ello es lícito y hasta honorable hasta que se sobrepasa el punto en el que esa actividad basada en la satisfación de necesidades se convierte en generadora de otras tantas. Es lícito y legal porque así se ha decidido bajo el imperio de una democracia ebria y torpe, se permite que una empresa con millones en ganancias pueda condenar al trabajador a un salario de miseria al cuál encima se le califica como privilegiado, este dificilmente puede llegar a vivir sin pensar día tras día en cuál de sus necesidades debe de satisfacer primero. Ante ello se presenta el mas desolador de los escenarios. Varios platos vacíos que llenar situados a la misma distancia (hijos, comida, vivienda, facturas...) y este asno de buridan patético en el que nos hemos convertido, ante esta inquietud de no saber que plato llenar, tiende a satisfacer aquello que adormece su espíritu crítico, aquello que le permite no ver la dura realidad, en esta prelación de necesidades decide que debe de satisfacer primero el ocio y los deseos, una evidente tendencia autodestructiva de este pequeño asno en el que nos hemos convertido, que al final acabará muriendo, eso si, democráticamente.

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